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Tener la posibilidad asistir a un asesoramiento por parte de un psicólogo previa a la tramitación del divorcio, con el objeto de dar a la pareja la oportunidad, si lo desean, de replantearse su relación agotando las nuevas posibilidades que la psicología ofrece para resolver los conflictos de pareja. O bien si no es posible restablecer la unión que la separación se pueda hacer lo menos traumática para la pareja.
Cuando una pareja deja de amarse, llega a una convivencia de desencuentro, reproches y de no aceptación del otros, todo junto nos lleva a la ruptura de la pareja.
El poema de Ramón de Campoamor:
Sin el amor que encanta
la soledad de un ermitaño espanta.
¡Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía!
Sintetiza con precisión el estado final que con frecuencia suele llegar una pareja en un proceso de deterioro. Un dicho popular dice “de novios mieles, de casados hieles” nos recoge como al principio de las relaciones se llenan de agasajos y de cumplidos mientras que al final se establece la incomunicación, terminando en el mejor de los casos en una ruptura más o menos aliviadoras; y en el peor, en la institucionalización de la incomunicación o el ataque sutil o mordaz en la fingida tolerancia cotidiana.
Ambas situaciones nos resultan conocidas a todos pero no resulta asequible como es el proceso que lleva de una, la idílica del principio a la otra, la trágica del final.
Decimos es el amor el que une y es el amor, su falta el que las separa.
Cuando pasa nos preguntamos ¿quién es el causante?, ¿quién es el culpable? Y nos encontramos respuesta para todos los gustos: él, ella, el progreso, los amigos, la crisis de valores, los hijos, el divorcio, el sexo, apareciendo casi siempre la infidelidad o el adulterio, las posibles causas de desavenencias.